Mujeres tejen hilos de confianza/CIMACFoto: Hazel Zamora Mendieta
Por Anayeli García Martínez y Hazel Zamora Mendieta, enviadas/Cimacnoticias
ALTAMIRANO, Chis. 14 de marzo del 2018.- Durante cinco días, un torbellino de palabras recorrió el Caracol de Morelia, territorio zapatista ubicado en el estado sureño de Chiapas, cuando cada mujer se apropió de una y la repitió tantas veces como pudo; algunas de piel curtida por el sol y pasos lentos, mencionaron “lucha”, otras con bebés envueltos en el rebozo pronunciaron “Taj k’anot (te quiero en tzotzil)” y muchas más, jóvenes y citadinas, dijeron “resistencia”.
Las palabras fueron constantes e interminables, por momentos fueron acompañadas por sonidos de guitarra o tambor, por dibujos en hojas de papel o bordados en tela, y en ocasiones se quedaron en el aire y fueron interpretadas con movimientos de brazos, caderas, manos y pies, pero todas fueron palabras que salieron del corazón de las mujeres de Europa, Asia y América, que durante cinco días, algunas solo tres, se reunieron para dar rienda suelta a sus ideas.
Aunque algunas hablaban solo chol, tzotzil, tzeltal, español, inglés, francés, alemán o italiano, desde el 8 hasta y hasta el 10 de marzo se entendieron durante el “Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan” organizado por las indígenas de la Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), un movimiento que enero de 1994 se levantó en armas para ser protagonistas de su propia historia.
Como hace una década cuando las zapatistas organizaron un encuentro con mujeres de todo el mundo, esta vez las indígenas volvieron a hablar de su revolución y de su mundo, pero a diferencia de lo que ocurrió del 29 de diciembre de 2007 al 1 de enero de 2008 en el Caracol La Garrucha, hoy las zapatistas decidieron que su espacio de encuentro sería sin la presencia de hombres y con una gran dosis de arte, música y deporte.
“Aquí, sólo mujeres”
Es fácil saber que se pisan tierras revolucionarias. Unos metros antes de llegar al epicentro de la reunión, el Caracol de Morelia, un cartel gigantesco con la leyenda “Zapatistas” sirvió como primer anuncio. Una vez en el lugar hombres cubiertos con pasamontañas se encargaron de dar paso a coches y camiones repletos de mujeres que la tarde del 7 de marzo comenzaron a llegar. Amables, platicaron con las visitantes y dieron indicaciones para que todas se registraran.
Ya en las puertas del Caracol un letrero azul decía: “Bienvenidas Mujeres del Mundo”; otro, de un tono amarillo puso la primera regla del encuentro: “Prohibido entrar hombres” y uno más reafirmó la indicación: “Aquí, solo para mujeres”. A partir de ese espacio, marcado por una puerta para ingresar a la zona, las indígenas se hicieron cargo de todas las tareas, desde la seguridad, alimentación, limpieza, audio y luz, hasta el liderazgo y la vocería.
Para entrar a este mundo que en realidad es otro mundo –uno donde se construye y no se destruye, como indica uno de los siete principios zapatistas– las visitantes cargadas con maletas, víveres, instrumentos de música y mochilas, hicieron largas filas que se prolongaron por la madrugada mientras las zapatistas, acostumbradas a acompañarse, ofrecieron sus manos solidarias para cargar equipajes o simplemente saludar a través de sus ojos expresivos descubiertos por los pasamontañas.
A partir del 8 de marzo el Caracol se convirtió en un lugar mágico, cubierto de murales pintados de colores brillantes en los que las zapatistas plasmaron su rebeldía, resistencia, lucha y su ideal por la libertad para la población femenina y el derrocamiento del sistema capitalista. Entre esos murales caminaron y bailaron las mujeres del mundo, quienes en aquel rincón de Chiapas encontraron la libertad de ser y estar, con ropa o sin ella, con maquillaje o sin nada de eso.
CIMACFoto: Hazel Zamora Mendieta
Una cancha de fútbol fue el espacio central de esta reunión que sumó a unas cinco mil asistentes y dos mil zapatistas provenientes de los cinco Caracoles zapatistas ubicados en tierras recuperadas por el movimiento de 1994: el de Morelia, La Realidad, La Garrucha, Oventik y Roberto Barrios. Las zapatistas movieron todo por dar la mayor comodidad a sus invitadas y así convirtieron en dormitorios la cancha de básquetbol, las tarimas y los auditorios.
Cada año es un año de lucha
En los montes chiapanecos el sol manda, por eso con los primeros rayos del sol del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, a las 6 de la mañana comenzó a escucharse una tonada: “Que linda esta la mañana… en que vengo a saludarte…”, la letra de “Las Mañanitas” a cargo de un grupo musical de mujeres zapatistas que con bajo, guitarra y voz dieron la bienvenida a las mujeres del mundo.
En la inauguración las zapatistas “de juicio”, como se les llama a las adultas de los cinco Caracoles, narraron cómo vivían antes del levantamiento zapatista en 1994 y cómo fueron discriminadas y violentadas por ser mujeres indígenas hasta que se integraron a la lucha de hace 24 años.
Ellas, las abuelas, también contaron los logros alcanzados después de construir una comunidad autónoma que edificó sus propios centros de salud y espacios educativos, y que fomentó la participación activa de las mujeres en las comunidades y la búsqueda de la igualdad entre todas y todos.
Las mujeres sabias que hablaron estuvieron acompañadas de niñas y jóvenes herederas de sus luchas y beneficiarias de los frutos de su revolución, por eso las jóvenes pidieron respeto y reconocimiento hacia sus ancestras: “Son mujeres que ya tiene años y que luchan […] nosotras queremos llegar a ser como ellas, llegar a tener edad y saber que seguimos luchando. Queremos llegar a ser mayores de edad y poder decir que tenemos muchos años y que cada año quiere decir un año de lucha”.
Pronto los rayos del sol se volvieron más intensos y el cúmulo de mujeres que escucharon los discursos de las zapatistas se fue replegando a las sombras, otras tantas permanecieron, pero el ejemplo lo dieron las zapatistas, quienes firmes, bajo el calor, no rompieron las filas hasta el final. “Tenemos mucho que aprender”, decían las citadinas. Así se dio inició a las actividades artísticas, políticas, culturales y deportivas en un encuentro con el único propósito de saberse juntas y sin miedo.
Tejer lazos
Mujeres de todas las razas, indígenas, mestizas, europeas o afrodescendientes; algunas otomíes, mapuches, amazonas o apaches; se dieron cita en actividades de fútbol, volibol y basquetbol; otras en talleres, obras de teatro y diálogos de diversos temas: resistencia civil no violenta, defensa de territorios, yoga, meditación, autodefensa, experiencia de sobrevivientes víctimas de violencia, un sin fin de charlas donde cada participante reconocía el saber de la otras.
Por tres días, en un abrir y cerrar de ojos, se vio a las niñas y jóvenes de pasamontañas vistiendo uniformes de fútbol, corriendo tras el balón y deslizando sus cuerpos por la cancha de aserrín; también se les vio correr de un lado a otro cargando costales de elote, llevando agua para servir café o vigilando que no se quemaran los cazones de arroz, frijoles y arroz con leche; también se les vio con libreta en mano anotando las enseñanzas de sus compañeras de otros lugares que les hablaron de todo, desde aborto hasta redes sociales.
CIMACFoto: Hazel Zamora Mendieta
Al pasar los días, tal y como se tejen los hilos en el telar, se tejieron los lazos de la confianza y las zapatistas se sentaron a hablar con las visitantes. Las mujeres de todos los mundos probaron la comida indígena, cada una apreció las artesanías de las demás, reconoció sus aportes, valoró sus diferencias y escuchó sus modos de organización, sus tradiciones y su lengua. “Sus cosas raras que no sabíamos ni que son” reirían alegres las zapatistas al final de las jornadas.
Entre cada actividad, mientras se iba de una plática a un concierto, cuando se pelaba la fruta, se cortaban las verduras o se preparaba el café, las mujeres contaron que este Encuentro se tenía planeado como una actividad que se realizaría durante los recorridos de María de Jesús Patricio, conocida como Marichuy, la mujer indígena que representando al Consejo Indígena de Gobierno (CIG) y el Congreso Nacional Indígena (CNI) buscó postularse como candidata independiente a la Presidencia de la República.
Sin embargo, el tiempo fue insuficiente para organizarse, por eso en este encuentro que se concretó en marzo Marichuy y las concejalas del CIG fueron observadoras de honor y aunque ella estuvo presente evitó ser protagonista y decidió dejar el lugar de atención para las zapatistas como la comandanta Miriam, heredera de la comandanta Ramona, esencial en la historia de las comunidades que hace 25 años promovieron, consensuaron y aprobaron la Ley Revolucionaria de Mujeres.
Otro efecto de la historia es que si en 2008 las zapatistas se solidarizaron con el pueblo de Atenco, en el Estado de México, que apenas dos años antes, el 3 y 4 de mayo de 2006, había sido reprimido en un operativo policiaco que dejó como saldo dos muertos, 207 personas detenidas y 26 mujeres víctimas de tortura sexual, esta vez fue inevitable no mencionar a las madres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, desaparecidos el 26 de septiembre de 2014 en el estado de Guerrero y las decenas de mujeres desaparecidas y asesinadas en todo el país.
En este escenario la rebeldía, la resistencia y la lucha también deben estar acompañadas de fiesta. Por eso, por la noche, en los montes, resonaron los tambores, sonidos acompañados de alaridos y aplausos de mujeres que se congregaron en círculos para liberar sus fuerzas con el movimiento de caderas, piernas y brazos. Otras cantaron al ritmo del rap, hip hop y corridos revolucionarios.
Al cierre del evento, el sábado 10 de marzo, las zapatistas dieron la última lección: “es importante construir comunidad”. Aunque después de varios días sin hombres ver a uno dentro del Caracol de Morelia causó la sorpresa de varias de las asistentes, las zapatistas se vieron alegres de compartir este Encuentro con los varones que las esperaron afuera, y de celebrar con ellos al ritmo de música ranchera, salsa y cumbia, que se prolongó hasta el amanecer.
CIMACFoto: Hazel Zamora Mendieta
¡Qué viven las zapatistas!
Después de este histórico “Primer Encuentro de las Mujeres que Luchan”, viene la reflexión. Las zapatistas están acostumbradas a escuchar y por esa razón colocaron a lo largo de su territorio cajas de cartón para que las visitantes depositaran sus críticas, quejas y recomendaciones, ellas sabrán qué de todo eso tomarán en cuenta.
Por cinco días, un aire de libertad para las mujeres rondó el Caracol de Morelia. Las zapatistas lo dijeron desde el comienzo: estos días no eran un espacio para criticarse o competir, mucho menos para firmar un pronunciamiento. El pacto, por el contrario, fue más complejo, una especie de complicidad y acuerdo entre todas las mujeres del mundo: luchar, dejar crecer la rebeldía y mantenerse vivas. En sus espacios, modos y tiempos.
La despedida llegó la mañana del domingo 11 de marzo cuando las zapatistas dijeron hasta pronto con una promesa, la de volverse a encontrar. Los camiones comenzaron a partir a las 4 de la madrugada con diversos rumbos, horas de viajes les esperaban a muchas.
Ese último día también fue tiempo para que las zapatistas retornaran a sus comunidades. Se desprendieron de sus pasamontañas, revelaron sus rostros, cargaron sus maletas, sus ollas y sus utopías y subieron a las camionetas. En ese torbellino de palabras, las más pequeñas, pero a la vez las más fuertes y revolucionarias dijeron “¡adiós!”. Las otras, las altas y con muchas ganas de aprender respondieron “¡Gracias!, ¡Qué vivan las zapatistas! ¡Qué vivan!”.