De una tonelada de peso y con la imagen en altorrelieve de un tigre, esta placa se usó hace 400 años para señalar la esquina de las calles 54 y 55/Se contó con el apoyo de un particular interesado en la conservación del bien, que sería integrado al Museo Regional de Antropología de Yucatán/FOTOS: Centro INAH Yucatán.
MÉRIDA, Yuc. 24 de febrero del 2020.- Si bien hoy las calles de nuestras capitales y ciudades están nombradas a partir de próceres, fechas históricas o con numeraciones pares o impares, siglos atrás, cuando esas urbes no eran más que villas, la gente que residía o tenía negocios en ellas, decoraba el exterior con imágenes labradas, versos pintados, con esculturas o placas alusivas a un personaje, una familia, un animal, una leyenda o, incluso, a frutas.
Tales símbolos se convertían en referencias. Así, en Mérida, Yucatán, existió el cerro de lo Imposible, la esquina del Monifato, la calle del Pavo, la tienda de la Berenjena y la esquina del Tigre; de este último cruce, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha recuperado la placa de piedra caliza, la cual, en tiempos virreinales, le identificaba por medio de la talla de un colosal felino.
Fue el pasado 18 de febrero cuando el monolito —de casi una tonelada de peso— arribó mediante un operativo nocturno a la Sección de Conservación del Centro INAH Yucatán.
“Como Instituto, agradecemos a la familia Siqueff, que tuvo la placa durante décadas y está interesada en que se restaure y sea dada a conocer al público como un legado que nos ayudará a preservar la historia antigua de Mérida”, señaló Eduardo López Calzada, director del Centro INAH Yucatán.
El antropólogo detalló que la placa, protegida por la Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicas Artísticos e Históricos, será objeto de un trabajo de estabilización y restauración durante alrededor de mes y medio, luego del cual podría incorporarse al acervo del Museo Regional de Antropología de Yucatán, Palacio Cantón.
Sobre las particularidades del bien patrimonial, la restauradora Natalia Hernández Tangarife indicó que la placa de piedra mide 181 centímetros de largo por 112 de alto y 33 de ancho, y muestra a un felino de cuerpo entero, labrado en altorrelieve.
Al costado derecho del animal, agregó, hay una inscripción con la palabra ‘TI GRE’, escrita a su vez sobre otra leyenda, casi ilegible a simple vista, la cual se teoriza habría rezado: ‘Yucatán tierra de fieras’.
La esquina del Tigre y el origen de la nomenclatura meridana
Una valiosa ayuda que el personal del INAH ha tenido para el estudio histórico de la placa, es el libro Geografía sentimental de Mérida: las piedras que hablan, publicado en los años 30 del siglo pasado por el meridano Oswaldo Baqueiro Anduze (1902 – 1945), con datos acerca del origen de la nomenclatura de su ciudad e, incluso, imágenes de las placas usadas en tiempos virreinales, entre ellas, curiosamente, una foto antigua de la placa del Tigre.
José Arturo Chab Cárdenas, jefe de Trámites y Servicios Legales del Centro INAH Yucatán, señaló que ha sido de la mano de esta fuente y otras consultas especializadas, como han podido remontarse a 1638, año en el que la placa fue colocada en un predio construido, entonces, en la arista que hoy forman las calles 54 y 55.
Tras haber quedado en ruinas con el paso del tiempo, el terreno fue ocupado en el siglo XX por la panadería de don Candelario Correa; no obstante, la historia volvió a repetirse con una nueva demolición que ubicó en el predio una casona de estilo modernista.
Los avatares de este predio no solo permitieron, de manera fortuita, la conservación de la placa del Tigre, sino que, curiosamente, volvieron a cambiar el nombre de la esquina en los años 80, cuando la casona fue convertida en un centro nocturno llamado “Chac-Mool”.
El cambio entre la nomenclatura popular y la numérica que hoy distingue a Mérida, se remonta al gobierno de Maximiliano de Habsburgo quien, en 1864, designó como comisario imperial a José Salazar Ilarregui.
Fue este personaje quien ordenó levantar un plano topográfico de la ciudad, hecho por Agustín Díaz, Mauricio Von Hippel, Carlos Ramiro Francisco Beltrán y Carlos Moya. El documento, imbuido por el urbanismo francés en boga, antecedió a la determinación que, el 9 de julio de 1890, tomó el gobernador Miguel Traconis, a sugerencia de la Administración de Correos de Mérida, para adoptar un sistema numérico de nomenclatura.