Para Miguel Villarino. Con mi solidaridad absoluta, ante el embate del despótico autoritarismo de Alejandro Moreno.
Por Daniel Sánchez
“Dia 18. Sigo en la cárcel por orden del goberladrón @alitomorenoc”, reporta desde el penal de San Francisco Kobén el periodista crítico, Miguel Ángel Villarino Arnábar, en sus Crónicas Carcelarias de hoy, y aquí, en Campeche, como si no pasara nada, como si la obcecada historia insistiera en repetirse y hacer vigente el fragmento de poema de Martin Niemöller, atribuido al gran escritor alemán Bertolt Brecht.
“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada, porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada, porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada, porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí, pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.
Hoy, los compañeros que debieran pronunciarse en defensa del oficio y la libre expresión, prefieren voltear hacia otro lado y en su monetarizada abyección, ocuparse del simulacro de Alejandro Moreno Cárdenas por el “accidente de su hijo”, más teatralizado que nunca, que no deja duda de que se trata del reinicio de su campaña por la Presidencia, aunque sea la de Liliput, porque a la de México, ya se le adelantó el tecnócrata “hombre de resultados”, el insulso señor Meade.
Al mismo tiempo, los “textoservidores” abonados del régimen “alitoputiense” se congregan, como viles turbas sin control, para participar en la “lanzada” y el linchamiento en redes sociales del nuevo “enemigo de Campeche”, el aspirante blanquiazul a la alcaldía de Campeche, Eliseo Fernández Montúfar, por unas pintas contra el “gallo” priísta, que no levanta, ni aunque le inyecten un día sí y otro también, carretadas de dinero público.
Huérfanos de héroes
La sociedad campechana es una sociedad huérfana de héroes, solipsista, que evade el reconocimiento en vida, pero huérfana, al fin y al cabo, años después, pero muchos años después, intenta recuperarlos, como sucedió con el último prócer desconocido de la Independencia de México, el marino Pedro Sáinz de Baranda, que en los años 80´s del siglo XX, casi 170 años después, fue rescatado de su tumba en la Catedral campechana para llevarlo con honores a la Rotonda de los Hombres Ilustres, en la Ciudad de México.
Un intento infructuoso de colocar nuevos adalides en el Partenón campechano fue el ignominioso acto de Fernando Ortega Bernés, quien financió la erección de un monumento en honor del ex secretario de Gobernación panista, Juan Camilo Mouriño Terrazo, un año después de su muerte, en su afán de quedar bien con la familia española, que se inventó hasta una Fundación con su nombre y llenó bardas con los “dichos” y “frases memorables” del “héroe de papel”, que el tiempo se encargó de borrar y colocó en el basurero de la historia.
Afortunadamente, al ex gobernador le cayó una pizca de cordura, se retractó y mandó a tirar el busto colocado inmerecidamente en el Paseo de los Héroes, por salud social, con las huestes campiranas de Luis Antonio Che Cu.
“Los mariachis callaron”
Hoy nadie se acuerda de que en Campeche nos siguen faltando paladines cotidianos, no los de las grandes hazañas, sino los héroes civiles que nos da la postmodernidad.
Hoy nadie se acuerda que nos faltan libertades, que un hombre está preso injustamente y que un sátrapa festeja sus veleidades con “oportunos” videos de su “vida normal”, que hasta se da tiempo de ir a los hospitales de los pobres a burlarse de ellos.
Hoy nadie se acuerda, ni los integrantes de las organizaciones mal llamadas civiles, ni los dirigentes de los partidos políticos de “oposición”. Como en la canción de José Alfredo, los mariachis callaron.
Ni legisladores locales, ni federales, ni tribunos, osan levantar la voz contra “Alito”. El silencio y la inmovilidad son los pasos previos a que despierte y se instaure el “huevo de la serpiente” de la infamia.
Es un tiempo de canallas en Campeche y todos se preparan para el viacrucis vacacional de Semana Santa, como si no pasara nada.