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18 enero, 2018 Comentarios desactivados en El lector como un gran follador Ideas

El lector como un gran follador

Por Héctor Malavé Gamboa

Perdí la confianza en el hombre que se sabe “sabedor” ¿Cómo llega un hombre a convertirse en escritor o artista? Toda escritura, aún la más fragmentaria y escéptica, reviste algo de espera. Me parece que preguntar es la cuestión de este tiempo sin tiempo. Urge removerlo y arrebatarlo por la palabra misma. La pregunta tiene cierto valor ontológico: ¿Cómo llega un hombre a convertirse en escritor o artista en la época de la desesperanza? Aun no sé si sea precisa, pero se aproxima, acercarse a la cuestión es ya un acto de valor y asombro. Por eso, más bien, creo que antes de responderla, mi deber, no en el sentido kantiano, es sostenerla sin respuesta para que no se derrita. Como los monjes pintados por Zurbarán con su cráneo en la mano. La pregunta no tiene salida y me he rehusado a confesar cualquier solución.

El oficio del lector.- La lectura es un acto no pagado por la cultura si a esas vamos es una especie de delito. Recuerdo aquella charla de Mario Bellatín en el claustro de Sor Juana acerca de una Teoría de la Lectura y las diferentes maneras de interpretar un texto. Yo pensé al salir de la conferencia que el verdadero lector se niega a ser escritor, es autónomo y ve en el acto de leer no una etapa media para venirse en tinta, sino para conservar la palabra de otro sin atesorarla. Es un manierismo para depositar la vida.

Me interesé por los objetos que acorazan a los libros. Aquellos que explotaron las minas de grafito, la tinta china, la longitud de un lápiz, su color amarillo, la primera pluma fuente barrocamente ornamentada, elaboré mis propias grafías, lápices de colores y mis superficies.

En una borrachera, recuerdo que una poeta me pidió que escribiera sobre su cuerpo un poema, no supe qué hacer, escribí algo sí de Rilke, estaba muy oscuro, “soledad sobre en el bullicio de la nieve”.

Me di cuenta que el papel moderno no se hizo para escribir libros, sino para redactar aburridos oficios, cartas diplomáticas, documentos catastrales, denuncias, etc. Leer sobre la superficie es como pintar telas en gran formato.

Me fascinaría leer sobre papiros egipcios y espolvorear la arcilla del poema del Gilgamesh, como recostado sobre una alfombra de papel leyendo, haciendo citas eruditas, corrigiendo perversamente al autor, odio las editoriales y más a los editores y a los correctores de estilo, sustituyen al verdadero lector.

Leer los errores de los escritores, tachones, manchones de ceniza, subrayados, tinta mojada de papel y alcohol, qué se yo que cosas sobre el original, técnicas, artificios, plagios encubiertos por eufemismos, eso es un lector, un rumiante, un oledor de la subescritura, que escucha la respiración de los personajes, que se mete en cada grafía, el latido de la letra, el pulso de la mano cansada del autor, su velocidad al escribir, el griego y el latín. Un vidente que se queda con las imágenes lacradas por la expresión y las confunde con su vida cotidiana, y dice “esto seguro haría Kafka, Brecht o Enzo Renzi”.

De alguna manera, muy profana eso sí ¿Qué importa? Completa los textos con su vida sin que el autor sepa nada, las hace suyas como el Rapto de las Prosepina, de Rubens, elevando la carne del deseo fuera de toda posibilidad de rescate de su padre, el lector es un violador de textos, un gran follador, que el escritor si sospechara de las intenciones del “mal lector”, temería volver a escribir, a menos que goce del “cabrón” ajeno.

 

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